viernes, 2 de enero de 2015

Rincon de San Lázaro ( Iglesia Catolica Apostolica )


san

El mendigo doliente narrado en el pasaje del Evangelio es honrado con un nombre: Lázaro; el otro es simplemente llamado “un hombre rico”. De todas las narraciones y parábolas bíblicas de Nuestro Señor, esta es la única en la cual se da un nombre personal a uno de los protagonistas. El nombre “Lázaro” empleado en la historia era el mismo que el de un hombre de carne y huesos a quien Jesús amaba, y el cual, en una época posterior a la narración de la historia fue restaurado a vida después de estar cuatro días en la tumba, (San Juan XI: 38-46.)
Este nombre de Lázaro es una forma griega del nombre hebreo Eleazar y significa: “Dios es mi ayuda”. Posiblemente el nombre de Lázaro era muy conocido y popular entre los hebreos.
En algunas obras teológicas se designa al rico de la narración con el nombre de Epulón, (glotón), pero su nombre no aparece en las escrituras. “Epulón” es simplemente un derivado del adjetivo “opulento,” que significa “tener gran riqueza.”
Comentando el hecho de que Nuestro Señor le dio un nombre al mendigo de la historia y dejo anónimo al rico, San Agustín en el sermón, escrito XII, hace esta pregunta sugestiva: ‘ ¿No os parece que Jesucristo estaba leyendo ese libro donde hallo escrito el nombre del pobre, pero no el del rico, y que ese libro era precisamente el libro de la vida?”
El hombre rico y el mendigo Lázaro se les presenta a uno y otro extremos opuestos del contraste entre las riquezas v la indigencia. El rico vestía ropas muy costosas, púrpura y lino fino, y su comida diaria era una fiesta suntuosa. Lázaro era llevado a las puertas del palacio del rico, y allí el mendigo permanecía impotente, con el cuerpo lleno de llagas. Nos imaginamos a Lázaro con muletas y casi desnudo para aliviar el dolor que produce el roce de la ropa en las llagas al caminar.
El rico se hallaba rodeado de criados, listos para satisfacer sus deseos más insignificantes. El pobre limosnero echado a sus puertas no tenía a nadie que lo atendiera, exceptuando unos perros que junto a él, esperaban las sobras de la mesa del rico.
estampa_originalAsí es el cuadro que se pinta del uno y del otro en sus vidas. Después un cambio rápido de escenario, vemos a los mismos hombres al otro lado del velo que se halla suspendido entre esta vida y la futura. Lázaro murió como cosa natural del ser humano, y nada se dice de sus funerales, su cuerpo cubierto de llagas probablemente fue echado en una fosa común para los pobres, y cumplió así con resignación su expiación en su enfermedad, pero los ángeles llevaron su espíritu inmortal al paraíso, ese lugar de descanso para los bienaventurados, comúnmente conocido como el Seno de Abraham. En griego es llamado “hades,” el mundo invisible, como el lugar donde se encuentran hasta el día de la resurrección, los espíritus humanos que han partido de este mundo.
Claro que el hades se dividía en dos partes, una para los perdidos y otra para los salvos. La primera se llamaba “El paraíso” Ambos nombres tienen su origen en el Talmud, y Cristo los usa en esta historia. Los bienaventurados estaban en estado consciente de consolación. Los otros se hallaban separados de los salvos por una gran sima o profundidad, o mejor dicho por una muralla profunda e imposible de cruzar, aun en espíritu en la forma figurativa de los rabinos.
El rico también murió, sus funerales indudablemente fueron lujosos, pero no leemos que un sequito de ángeles haya bajado para recibir su espíritu. En el infierno, la segunda división del hades, como lo expresa el texto, levanto los ojos y vio a Lázaro en la distancia, reconociéndolo como el mismo mendigo, recogido en las mansiones de Abraham.
Abraham, llamando “hijo” al pobre espíritu atormentado, le recordó todas las cosas agradables que había tenido para sí mismo sobre la tierra, mientras que Lázaro padecía desatendido v abandonado, echado a sus puertas; y ahora, mediante la operación de la ley divina, Lázaro había recibido una recompensa, y el rico una retribución. Además, era imposible concederle su lastimosa solicitud, porque de donde estaba Lázaro hasta donde estaba él, era prohibido el paso o comunicación material entre los dos lugares.
La petición del infeliz sufriente no fue del todo egoísta, en medio de su angustia se acordó de aquellos de quienes la suerte lo había separado, y deseando salvar a sus hermanos y quizás otros familiares, de este destino que había recibido, rogó que Lázaro fuese enviado a la tierra, a la antigua casa de su familia para amonestar a sus egoístas hermanos, al igual que él, amadores de los placeres, del terrible lugar que los separaba, a menos que se arrepintieran y reformaran sus vidas de acuerdo con las leyes morales, mientras se hallaban en la carne. Pudo haber en esta súplica una indicación de que si a él se le hubiese advertido suficientemente, tal vez habría vivido mejor y escapa de aquel tormento.
Cuando se le fue dicho que sus parientes tenían las palabras de Moisés y los profetas, a quienes debían obedecer, el contesto que si alguien de entre los muertos fuera a ellos, seguramente se arrepentirían.
Abraham contesta sabiamente y con lógica, que si no escuchaban a Moisés y a los profetas, tampoco creerían, quizás menos aún, si alguno se levantara de entre los muertos y les hablara.
Si se intenta interpretar esta historia en su totalidad, o aplicar en forma definitiva cualquiera de sus partes, debemos tener presente que Jesús la dirigió a los fariseos con carácter de reproche instructivo a causa de las burlas y desprecios con que recibieron la amonestación de él, sobre los peligros de empeñarse en servir a las riquezas. Jesús empleó metáforas judías, y las figuras de la historieta son las que más directamente se aplicarían a los expositores oficiales de Moisés y los profetas.
Aunque para fines prácticos será críticamente impropio inferir principios doctrinales de las narraciones parabólicas, no podemos admitir que Jesús enseñaría cosas falsas ni aun en sus parábolas y discursos; y por consiguiente, aceptamos como verdaderas las condiciones representadas en el mundo de los espíritus desincorporados. Se aclara que los justos e injustos viven separados durante el intervalo entre la muerte corporal y la resurrección. El Paraíso o “seno de Abraham,” como los judíos se complacen en llamar esa morada bendita, no es el lugar de la gloria final, ni el infierno al cual fue consignado el espíritu del rico, es la morada postrera de los condenados.
Sin embargo, las obras de los hombres los acompañan a ese estado preliminar o intermedio y al morir ciertamente verán que su morada será aquella para la cual se prepararon mientras vivieron en la carne.
Las riquezas no determinaron el destino del rico, ni el descanso que recibió Lázaro fue el resultado de su pobreza. Lo que trajo la condenación al rico fue su inhabilidad para usar sus riquezas debidamente, así como la egoísta satisfacción en el gozo sensual de las cosas terrenales, al cual a tal grado se entregó, que paso por alto las necesidades o pobreza de sus semejantes, mientras que por otra parte, la paciencia y resignación del mendigo en sus aflicciones y padecimientos, su fe en Dios y la vida recta, sobre entendida aún cuando no expresada, le trajeron la felicidad.
El grave pecado del rico, que se mantenía apartado de los pobres y dolientes, y a quien no le faltaba cosa alguna que se pudiera obtener por dinero, fue su orgullosa autarquía. De esta manera fue censurado el retraimiento de los fariseos, del cuál por cierto se jactaban, ya que su propio nombre significaba ” separatistas.”
La parábola enseña la continuación de la existencia individual, después de la muerte del cuerpo, y la relación que guarda la causa con el efecto entre la vida que cada cual lleva en la carne y la condición que le espera en la otra vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario